jueves, 12 de enero de 2012

De qué sirve que nos estaqueen el amor en la frente si estallará en mil mentiras. Para qué pensar lila si no hay lluvia azul que modifique para siempre. De qué sirve que el pájaro cante hasta morir si nadie va a recordar el canto vivo del pájaro muerto. Por qué pensar en futuro si somos herederos de un viajero tuerto (quizás por eso). Qué motivo tiene observar la mosca sin poder contar sus fugaces aleteos, su libre albedrío absurdo.

La tarde aullaba en nubes erróneas, que deambulaban en formas tal vez pensables. Tin se diluía en eso, en esto y en otras cosas. La gente cita a Pizarnik indiscriminadamente, le susurró el canario rengo de su tía Marga. Chiquito y cruel, cantaba para no morir. Hasta agosto y su acierto felino. Tin miró tres veces hacia ambos lados, se arremangó su sweater a rombos y cruzó la calle. Incendió un cigarrillo y el momento siguió su curso, con o sin él, cruzó la calle.

3 comentarios:

Brisa Arancancea dijo...

¿Y para qué cruzó la calle Tin, si de un lado y del otro las cosas se ven del mismo absurdo modo? ¿Para qué incendió un cigarrillo que se consume en lo que un pájaro deja de cantar?

¿De qué le sirve cruzar e incendiar, pensar y escuchar, diluírse... ¡amar!?
Amar con un amor que siempre termina estaqueándole la frente, que siempre cruza la calle dejándolo del otro lado: diluido, estaqueado, y recordndo esa ausencia como el canto de un pájaro que se repite todos los días, a cada instante, en momentos arbitrarios.

De qué le sirve entonces, cruzarse del silencio al verbo, incendiar el acto para hacerlo palabra o cigarrillo. ¿De qué le sirve escribir este pasaje?

Eleanor Smith # dijo...

Qué gran verdad: cuánta/o mequetrefe citando a Pizarnik al reverendo... vos me entendes.

Un beso o 2 #

silvia zappia dijo...

llegar aquí y encontrar a tin...
llegar aquí y leer la maravilla de tu palabra.
te extrañaba


abrazo*