Camino a la sierra Tin se quedó inmóvil a mitad de la cuadra mirando fijo un objeto perdido en su infinitud temporal. Como si un calor intenso hubiera agobiado su cerebro entero. Enfrascado en una sensación de enajenación particular sintió en la necesidad de visitar su monoambiente. De ver que no lo retuvo allí.
Llegó a su cotidianeidad con la mente dispersa y la remera transpirada por el andar veloz de la ciudad. Fue directo a la cocina, puso la hornalla como debía estar y comenzó el ritual del floripondio. Tin revisó sus ideas una vez más y sacó una conclusión: no se acordaba qué había sido de los videos.
A fuerza de técnicas rudimentarias de concentración, nuestro detective supuso que esas servilletas que sirvieron como cuaderno de notas tenían que revelar un avance hacia la resolución del caso. No pasó tal cosa. Como era de esperarse, las servilletas estaban junto a la videograbadora y junto a ella, una pila de cinco casettes dispuestos un una fila de dos y otra fila de tres. Tin dedujo que hubo una pausa luego del primer par de videos para tomar un té vespertino y se extravió.
Lo cierto es que su cuaderno le recordó el primer camino andado, que llevó a Lila y que terminó en más dudas que certezas. Ahora se había alguien más, un tal Juan Botones que no debía olvidar. Y no lo hizo.
Su anotador representaba el caótico universo de su mente. Había dispuesto los nombres en orden alfabético, había lanzado azarosas flechas que salían de cada nombre, escribió conductas sospechosas, inflexiones sorpresivas en los vaivenes diarios de los empleados de Don Julio. Si bien nada le sugería que algunos de ellos fueran asesinos, le permitió aprehender a sus compañeros, conocer sus mañas, sus trayectos, sus debilidades más insignificantes, un té, un café, una corbata, un balde, un fichero.
No podemos pensar la oscuridad más que como la ausencia de la luz. Así como tampoco podemos pensar en un homicidio oculto sin un maquiavélico asesino que metamorfosee dependiendo de la situación que le toque en suerte. Un perfecto camaleón, pensó Tin luego de observar las tachaduras y remiendos de sus anotaciones.
Algunas suposiciones que tuvo en su vorágine nocturna estaban escritas en rojo. De alguna forma, remarcó las miradas furtivas a través de la pecera que daba Zariello a Dora, tachó que pueda ser un asesino encubierto asesinando su intuición primera; Lila observaba ilusiones que remontaban el aire contenido en el ambiente, callada y activa, sabía más historias de las que contaba, tenía escrito al lado “primer movimiento” y así fue; Dora comenzaba con una enmienda en su nombres, ahora la llamó, en color rojo, “mujer-otra”, actuaba indiferente a las intenciones de Zariello, sólo entraba en su oficina para reacomodar el fichero pero ahora ella regalaba una mirada rota a una foto. Había nacido un sentimiento alarmante en este detalle a juzgar por los dibujos circulares que contenían a la oración; Don Julio, en su momento, no había despertado grandes preocupaciones, sólo lo acompañaba un “blue-man” en azul marino.
Nadie podrá saber, en especial Tin, cómo llegó a pensar, en un principio, que los videos no habían revelado nada extraordinario.
1 comentario:
yo sé, escritor, yo sé*
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