Fue el día más corto del año. Desde que me enteré la posibilidad lésbica de mi familia, la vida se fue acortando. No por homofobia sino por la incipiente incongruencia de mis recuerdos. Hoy más que nunca dudo de lo que sé, de lo que recuerdo, de lo que creo ser.
Cada día se hacía más corto. Como un porro mal armado. Como una palabra malparida. Como una mentira a medio comer. Quizás sea a causa de mis lapsus. El último té fue destructivo. Tin tiene una capacidad sin igual. Una inmunidad envidiable. Pero el relato no cuadra en mi cabeza. Julio! Callate que estoy leyendo. Qué patético debe ser buscar algo y que esté adelante tuyo. Como un retrato en el tiempo. Como esa carta robada.
La inocencia se pudre con facilidad. De eso estoy seguro. Como una manzana. Se oxida en carrera infinita con la mordida. Una mordida perfecta. Un óxido inefable. Un jaque mate a la mandíbula. Un juego de seducción, un círculo de prostitución eminente. Pero Tin diría que es una oportunidad, seguramente. Que es su oportunidad de progresar en el caso. Ese caso tan fácil que se nubla. Tan nublado que se atormenta. Se atormenta por lo pronto y lo fugaz del momento. Como goce inexplicable. Como el sexo prohibido.
Tin sigue en camino y yo me quedo en casa. Fumo una seca y el maldito humo me moja el ojo izquierdo. Un enroque testarudo. Ahí en esa mesa había un caballo explosivo y un peón cansado. Hay otra cosa. Una felicidad que veo y es inexplicable. Y por eso es exquisita.
Arriba de la mesa estaba mi vida. Sumido en una ensoñación extraña producto, seguramente, de un faso retardado, veo lo que sin querer reservé para mi vista: Ian McEwan vestido de verde para la ocasión, un saquito de té verde, unas fotocopias rayadas, cigarrillos y una piedra recién comprada. Y una carta. Una carta que decidí no abrir por tener en el reverso la letra perfecta y estúpida de Madre, tan dibujada, tan redondeada que da náuseas. La dejé cerrada para abrirla cuando esté abrumado. Como ahora. Sólo hay un papel rectangular con una oración escrita en lapicera verde, con esa que hacía la lista de la verdulería, que susurraba en llantos: La tía Helena ha muerto. Como un retrato en el tiempo. Como esa carta robada.
6 comentarios:
El último té fue destructivo.
Leerte fue raro, tal vez hasta necesario.
No.
Tu palabra clave me descoloca.
desde este momento estas invitado formalmente a mi casa a comer torta cannábica.
impecable texto.
un abrazo.
sebas.-
y si vientos de cambio lo dice...
yo ya aplaudí...
inefable!
besos*
Inquietante texto, un gusto leerte.
feliz semana.
un abrazo.
Hey chico, tu lo escribiste?
Esta demasiado buena esta entrada!
Me encanto!
http://aliveforyou.blogspot.com/
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