Ultima necat by Don Juan Botones.
Entre todas las cosas que tenía que estudiar, Vincent se hacía un lugarcito para la lectura. Lectura por placer, por el ocio que odiaban los romanos. Sí, ese ocio. Las cosas de la facultad lo sobrepasaban. Ya se sabe que el tiempo es tirano. Su abuelo lo vive repitiendo. El día estaba perdido. Se fue en Internet, café, puchos, galletitas, módulos basureados por anotaciones y humillados por lo brillante de los resaltadores. Nada le había quedado de lo leído y no tenía qué hacer, salvo pensar. Pensar en nada, que es algo. Crear ese algo. Terminaba de leer un librito que encontró bajo el polvo del baúl de su abuelo. No, no era exótico –aunque le hubiese encantado–, era más que conocido, casi trillado en el mercado literario: Sherlock Holmes. No le cabía en la cabeza cómo un viejo que le gustaba drogarse y estaba al límite de la senilidad podía resolver casos magníficos. Estaba Watson, claro. Sí, él podía inventar una historia así. O peor. La inspiración al fin y al cabo es un invento moderno. Hoy todo es relativo. Sin embargo, cualquier historia no daba igual. Hoy, no. Tenía que ser algo que renueve. Pero no tenía que ser tradicional. No vale la pena. Hoy, no. Tiene que ser algo corto. Que no le aburra. Para aburrirse tenía las fotocopias. Ya se sabe que “si se quiere ser escritor no hay que estudiar Letras”. A él no le importaba, iba a tomar ese riesgo. Quizás…
Si alguna vez existió un detective audaz, cualquiera recordaría a Octavio, The Detective. ¿Por qué en inglés?, no sé, supongo que le daba más nivel. No porque sea importante o sobresaliente sino porque era un historia. Para Vincent eso alcanzaba para compartirla. No porque sea cómica o triste. Sino por la esencia, porque te cuenta algo. Y si cuenta algo, es digna de recordarla. Octavius, así le decía su vecino, su vecino el de los gatos, el de los gatos negros, el insoportable, físicamente no llamaba la atención. Era normal. Como cualquier hombre de mediana edad. Con marcas en la piel que podrían significar el roce de los cuarenta. Pero no me arriesgaría, no vale la pena. Eso no cuenta nada. Le gustaba leer a Borges, ¿lo dije? Había un poema en particular que lo animaba. Le hacía pensar que la vida tenía muchas cosas para dar pero que necesitaba valor para descubrirlas. El poema, si no me equivoco, se llamaba El Patio. Escrito en mil novecientos veintitrés, como si eso realmente importase ahora.
No es interesante el por qué de un patio en la vida de Octavio. Pero resulta sorprendente cómo uno cree la no-realidad cuando le da algo de real a la vida. Por eso, esto es lo importante, mientras investigaba lo recitaba. Me ayuda a concentrarme, se repetía. Octavio abrió el sobre que le enviaron de su sección. Un asesinato por encargo… ¿por encargo? Siempre hay algo detrás. Sí, la vida misma es un cliché, estas cosas suceden. Pero, ¿qué? Un hombre de 32 años, dueño prematuro de una empresa heredada por un padre muerto, una familia tipo, perfecta. Escéptico observaba el vitreaux de la cocina y canturreaba Con la tarde se cansaron los dos o tres colores del patio.
Su investigación no duró demasiado. Era un caso que más que trabajo necesitaba una firma que selle el rótulo en un archivo de tantos. Pero la historia no cierra. No para Octavio. La escena del crimen era perfecta. No había más que manchas de sangre y un cuchillo que relucía entre los papeles revueltos en el parquet. La luz del sol penetraba el ventanal del décimo piso Patio, cielo encauzado. El patio es el declive por el cual se derrama el cielo en la casa. La esposa decía que no había razón para asesinarlo. Mi jefe me pedía que me apurase. Los hijos no entendían demasiado el caso pero el mayor confesó haber visto llorar a su padre más de lo normal. Esto era algo. Octavio paseó por el hall entre la oficina del muerto y la de la secretaria, que dijo haber salido por un café en el momento del asesinato. Bonita, por cierto. Pero no cuenta nada, no. No importa. Un hombre exitoso, ¿llorando? ¿Y más de lo normal? La escena es clara, decía el jefe, la competencia contrató un sicario frente al perfecto desempeño del muchacho y haciéndose pasar por un accionista aprovechó la ocasión. Básico. Fue la competencia, Octavio. Estaba confundido. Esa noche pensó en todo. Hasta en la secretaria.
4:30 am. Lo tenía. Era tan claro que Poe no lo hubiese escrito mejor. Fue un crimen, sin duda, pero ya era tarde para cazar al culpable. Había muerto mucho antes de cometer el asesinato. Anotó en su cuadernillo compañero: “Asesino: Miedo”. Una empresa a cargo no viene sola, un promedio brillante es una gran carga. Sí, uno muere de miedo. Pero se convierte en valiente para tomar un cuchillo, cuya dirección cuidadosamente escrita en la base correspondía a la casa de sus padres. Estuvo ahí el día anterior. Maldiciendo su herencia, quizás. Y matarse. Matar su confianza falaz, su superioridad mentirosa. En la mañana escribiría a su jefe. Aunque no le crean, no importaba. ¿Nos importa?, no cuenta nada. Hoy, no.
Mi verso preferido seguía siendo Serena, la eternidad espera en la encrucijada de estrellas. Grato es vivir en la amistad oscura de un zaguán, de una parra y de un aljibe. Resultan claros cuando uno quiere distenderse inventando historias. No interesa. ¿En qué estaba? Ah, sí, El stream of consciousness refiere…
Octavio
2 comentarios:
borges y los patios y los patios de saer y gatos en los patios y octavius
(o sería Stephen?...dédalus sí era dédalus...)y los policiales los clásicos y negros y mi jazmín en el patio y la historias...entre el hielo y el miedo está la pasión y no lo digo yo lo dice j.w.yo solo leo una historia que me cuenta un escritor que vuela mi conciencia...yo no podría inventar una historia así...juan...
besos*
te diría que es impecable, pero sería un frívolo.
te diría increíble, pero sería un mentiroso
por qué?
porque sabés y yo sé que sabés.
por eso te felicito
y ya te digo: sin palabras
Publicar un comentario